Hace unos días nuestra hija cumplió cinco años.
Parece mentira que hayan pasado cuatro años desde aquella mañana fría de invierno cuando fuimos a recogerla. Tuve que llamar por teléfono para decirles que era probable que llegásemos tarde porque nevaba mucho e íbamos despacio detrás de una máquina quitanieves.

Al final, conseguimos llegar a la hora acordada.
Cuando llegamos, allí estaba ella con sus dos moñitos y su cara traviesa. Fuimos durante tres días consecutivos para que nos conociera y por fin pudimos traerla a casa.
Ayer tuvo su primer examen de taekwondo, estaba radiante y nerviosa con su traje nuevo. Fuimos a verla mientras se examinaba y al terminar a pesar de ser de las más pequeñas, partió la tabla de un golpe seco. 

Ya no tiene los dos moñitos, pero sí la misma cara y los mismos hechos desde el día que llegó. Es inquieta por naturaleza, inteligencia pura, cabezota y cariñosa. Cuando la conocimos no soportaba que nadie la abrazase ni le diese un beso, ahora es ella la que viene a dárnoslos.

Nuestros hijos como es normal van creciendo y yo estoy contenta de ir viéndolo.

                                                                          Paula Cruz Gutiérrez.

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