“Cristo muerto sostenido por un ángel”. Desde hace casi treinta años éste es uno de mis cuadros preferidos, en éste momento de mi vida cobra pleno significado. Antonello de Messina en 1475 representó claramente cómo me he sentido durante todo éste último año. Porque mi Ángel de la Guarda ha estado ahí acompañándome en todo momento.
Un diecinueve de diciembre del año pasado ingresé en el quirófano, se suponía que sería la operación definitiva y yo tenía la esperanza de estar pocos días ingresada. Pero todo se complicó, acabé con mis huesos en la uci y los pocos días se convirtieron en muchos, demasiados.
Ha pasado un año entre aquel diecinueve de diciembre y hoy. Un año duro, lleno de retos y de desafíos, de malos y buenos momentos, de tristezas y de alegrías. Un año en el que ha primado tanto el color negro como el blanco y en el que he intentando poner un poco de color para iluminar los días.
Ha sido un año difícil para la familia, cada uno a su nivel ha sufrido los estragos de ésta enfermedad que tanto me ha quitado y a la vez me ha dado tanto.
Los días se han ido sucediendo, de manera eterna en unas ocasiones y de forma amable otros. Todos han ido dejando un recuerdo en mi memoria. Doce meses que me han traído desosiego y esperanza, llantos y risas, desánimos y ánimos. Un año que parecía no terminar y que a la vez se me ha pasado en un suspiro. ¿Y ahora cómo debo seguir y qué he de hacer con todo lo aprendido?.
Hay días en los que dudo que mi intelecto esté cuerdo, me surgen dudas sobre si mi mente permanece lúcida o tal vez me encuentro en una suerte de desvarío mental que me lleva a sufrir alucinaciones. Pero por otro lado, pienso que nunca estuve tan cuerda como lo estoy ahora, que he aprovechado cada momento de éste último año para aprender cosas nuevas. Ideas que se han implantado en mi cerebro a fuego, un fuego que por momentos iba de manera lenta y otro hervía a borbotones.
He aprendido que es mejor no pensar en esos días en los que la mente amanece aletargada y el raciocinio se nubla por completo.
Esos días en los que el sueño y el cansancio se apoderan de ti y te da la impresión de que un enorme monstruo verde te han tragado. Un monstruo pegajoso que amenaza con dejarte atrapado en su estómago para siempre.
HOY 365 días después aquí estoy, un año más vieja, cien años más sabia y un millón de años más cuerda.
Paula Cruz Gutiérrez.