Esta semana mi marido ha cumplido los años.
Este año lo hemos celebrado los cuatro juntos en casa. En años anteriores hemos comido acompañados, pero éste año nos apetecía celebrarlo con nuestros hijos.
Después de la escuela comimos tranquilos en casa y colocamos cuatro velas en unos pasteles que habíamos comprado. Nos los comimos contentos cantando el cumpleaños feliz, mientras brindábamos con sidra sin alcohol.
Mirando cómo los niños y mi marido cantaban y sonreían yo intentaba hacer alguna fotografía para inmortalizar el momento. Y en ése preciso momento, retrocedí un año atrás. Como si una nave espacial me llevase a otro momento ya vivido, lleno de emoción, de esperanza y de incertidumbre. Cuando sí que celebramos los cumpleaños acompañados por más gente, mientras yo superaba los efectos secundarios de la quimioterapia y esperábamos a que llegara el día de entrar de nuevo al quirófano. Ajenos e ignorantes, sin ser conscientes de la que se nos avecinaba.
De repente sentí como si nuestra cocina fuese una cápsula del tiempo, en la que habitábamos los cuatro. Me invadió un inmenso sentimiento de estar en el lugar y en el momento adecuado, de estar en mi sitio. De no desear ir a ningún otro lugar fuera de aquellas cuatro paredes. Y entonces, mientras observaba a mi familia, surgió en mi interior un profundo sentimiento de agradecimiento. Por ver que mi marido no estaba viudo, que mis hijos seguían teniendo madre y que yo seguía aquí, a su lado. Terriblemente afortunada porque seguimos siendo una familia de cuatro miembros. Feliz porque a ratos puedo cuidar de ellos y otras veces son ellos, los que deben cuidar de mí.
Es indudable que si no hubiera sido así, que si yo hubiera muerto, ellos habrían celebrado de igual modo el cumpleaños, pero no creo que hubiese sido igual.
Ahora después de todo lo acontecido durante éste año, celebramos cada día que seguimos adelante, celebramos mi recuperación, los cumpleaños y cualquier otra cosa que nos apetece. Celebramos la vida misma, con un plato de judías pintas y una copa de sidra. Puede que sean celebraciones discretas, sin grandes jolgorios ni mucha gente, ni con grandes menús, pero lo importante es que lo hacemos los cuatro juntos.
Y confieso que ahora que llegan las navidades me apetece celebrarlas de la misma manera. Perdernos los cuatro en algún lugar. No necesito nada más que un “fuerte abrazo en familia”, como lo llaman mis hijos, cuando nos abrazamos los cuatro a la vez y nos apretamos fuerte fuerte.
Paula Cruz Gutiérrez.