Estoy en una etapa de mi vida que no me cuesta nada hablar de mi, hemos llegado a mitad del camino, como aquel que dice, y ya no hay mucho más que aprender podría decirme cualquiera; el tiempo de aprender ha pasado, yo ya fui a la escuela, y la vida ya me ha enseñado bastante.
Pero no dejo de sorprenderme a mí mismo con la ilusión de seguir aprendiendo, continuar variando el rumbo, porque el viento cambia o porque la corriente me obliga a replegar las velas.
Soy maestro, me gusta más que decir que soy profesor, aunque también, y en mi día a día la vida misma me sienta en el pupitre aquel de mi primera escuela para no dejar de aprender.
Y no me gusta estar sentado, me gusta más aprender en pie, caminando como le pasa hoy a cualquier chicote, y sin embargo el empuje de la vida me vuelve a sentar, puesto que parece ser que para aprender hay que parar, sentarse, observar, abrir la mente y el corazón y dejarse empapar de la sabiduría de la vida, de la naturaleza misma y hasta de una enfermedad.
El cuerpo es sabio y te dice cuando parar, y si no le haces caso pues te hace caer en la cuenta que vas a parar sí o sí.
Y, aunque parezca contradictorio, hasta de una enfermedad se puede aprender; aunque si soy sincero, me gustaría que no tuviera que ser así, y que nada ni nadie enfermaran.
Tengo grandes maestros a mi alrededor que me ayudan a dar gracias, a pedir perdón, a perdonar y a decir miles de veces en el día: Te quiero.
Por mucho que te lo expliquen, y a todos nos ha pasado, cuando llega el momento nos sale nuestro no yo, que intenta disuadirnos de esta gran verdad. Somos uno y todos estamos unidos.
Recuerdo de mi etapa de formación en el seminario, en varias ocasiones vi, y en tantas otras utilicé, las diapositivas de EL POZO, donde la imagen era perfecta para explicarme.
Todos somos como esos pozos con su brocal, y que al sentirnos vacíos intentamos llenar de múltiples cosas materiales, lo cual nos obliga a tener que llenarlo más y más, de infinidad de cosas, pero al mismo tiempo nos impide ser lo que un pozo tiene que ser.
Que algunos me diréis para qué sirve un pozo… pues hoy para bien poco, en nuestra urbanita cultura ; porque todos, o casi, tenemos un buen grifo en casa o varios, por donde tranquilamente sale el agua.
Pero preguntádselo a los agricultores o a vuestros mayores: antiguamente tenían que ir desde bien pequeños a por agua al pozo para poder beber, cocinar o asearse.
Y si el pozo estaba cegado, o había perdido la corriente de agua que lo alimentaba, pues eso que ya no servía y se caía a trozos.
Pero si se mantenía limpio y sin tantos obstáculos, incluso a su alrededor podía verse un buen puñado de coloridas flores y una buena alfombra verde, sin necesidad del césped artificial que tan socorrido es.
Claro está que todo eso necesitaba un descubrimiento, o aprendizaje como yo lo llamo, sentarse a observar para descubrir de dónde viene todo, cómo todos los pozos por debajo, están conectados y cómo el manantial no está tan lejos, allí en la montaña que se ve en el horizonte, aunque aquí todo sea llano, y pues bien desde allí surge el agua refrescante, purificadora que aclara y hacer fértil, nuestro baldío terreno.
Y alguno me dirá, si es que ha llegado hasta aquí,
que para qué viene todo este cuento. Pues bien sólo eso, para dejar mi alma abierta de maestro y aprendiz, y compartir con vosotros lo que estos días aciagos, que me han hecho pararme, me ha hecho vislumbrar puesto que todavía me queda repasar la lección para interiorizar:
Lo siento, perdón, gracias, te quiero.@julianreligion